Me gusto este post amigo demons y me gusto tu historia, creo que este sera un buen medio para descubrir y querer mas a nuestro mexico original y no el mexico conformista y olvidadizo..
A continuacion una pequeña historia acerca de la construccion de una iglesia llamada de "La Ermita"
La Iglesia de la Ermita
La iglesia de la Ermita, emplazada en el barrio de San Francisco, fue construida bajo la advocación de la virgen MarÃa con el nombre de Ermita de Nuestra Señora del Buen Viaje. En la época en que fue edificada, dicha iglesia que entonces era un pequeño adoratorio, se hallaba fuera del perÃmetro del puerto, a considerable distancia del centro de la población, y al comienzo de la vÃa de herradura que los lugareños bautizaron con el nombre de Camino Real.
Y he aquà la historia de ese templo.
A mediados del siglo XVII residÃa en la villa campechana un caballero llamado Gaspar González de Ledesma, que se contaba entre los miembros más conspicuos de la elite local. Hombre acaudalado, su personalidad se manifestaba de acuerdo con su favorable condición económica. Sustentaba Don Gaspar un criterio que hoy se calificarÃa de pragmático, pues entre diversas concepciones, fruto de su manera de apreciar las cosas, sostenÃa la opinión de que la vida pertenece a los audaces. TÃpico de aquel rico hombre era el punto de vista de que la modestia sólo conduce a frustaciones y lágrimas; y decÃa que los pobres lo son por sus titubeos y miedos, que les impiden aprovechar las oportunidades que se les ofrecen. Como se comprende, Don Gastar únicamente respetaba a sus iguales; y a los humildes y desposeÃdos los ignoraba, si no es que sentÃa hacÃa ellos un profundo desprecio.
En materia de religión, Don Gaspar no era precisamente un ateo, pero tampoco se distinguÃa por su piedad; y aunque por precaución no externaba sus convicciones en este terreno, dadas las costumbres imperantes, a su juicio la oración y las prácticas del culto representaban fruslerÃas y, según él, constituÃan el refugio de los pusilánimes y fracasados.
Cierta vez, el caballero de nuestro relato, después de una jornada de lucrativos negocios que realizó en varias ciudades de España, se embarco en Cádiz para retornar a Campeche. En la nao viajaban, como compañeros de travesÃa de González, individuos de distintas nacionalidades y oficios que se dirigÃan a América ya sea para ocupar una vacante disponible en la administración colonial; ya para emprender una industria que sirviera para aumentar, mediante la explotación de las fabulosas riquezas americanas, los dividendos del comercio proteccionista de la Metrópoli; ya en plan de simples aventureros. Entre aquellos pasajeros figuraba un fraile que marchaba al Nuevo Continente en misión evangelizadora. Era el tal un ser menudo, apergaminado y enjunto, que en la nave se mantenÃa apartado de los demás. Este hombre de Dios, a pesar de su sencillez, atrajo la atención de Don Gaspar, quien le buscó conversación. El hermano, a quien nombraremos Fray Rodrigo, no era lo que parecÃa, pues causó en el de Ledesma la mejor de las impresiones tanto por su sabidurÃa como por su conocimiento del mundo y, especialmente, por su filosofÃa inspirada en la fe y las Sagradas Escrituras. No dejó Fray Rodrigo de percibir que se las habÃa con un descreÃdo, y se las ingenió para iniciar su labor catequizadora atacando la muralla de soberbia encarnada por Don Gaspar.
Durante el trayecto, el burgués observó que el clérigo casi no tomaba alimentos, que sistemáticamente rechazaba los que consumÃan la tripulación y los otros viajantes, y que, para subsistir, usaba exclusivamente agua, miel y frutas secas que guardaba en su zurrón. Además, el ricachón vio que Fray Rodrigo era un devoto de la SantÃsima Virgen MarÃa, cuya imagen llevaba en el relicario. Y como se estableció alguna camaderÃa entre los dos personajes, en una ocasión dijo Don Gaspar al fraile: -Hermano, vuestro estilo de vivir es una prueba de que yo tengo razón y que vos estáis totalmente equivocado.
¿Por qué habláis as�-, preguntó Fray Rodrigo.
-Porque es evidente que no coméis porque estáis enfermo o porque sois pobre. En cualquier caso, vuestra situación procede del oficio a que os dedicáis, pues no hay otro más triste y contrario a la naturaleza que el de fraile. ¿Quién puede estar a gusto con nada si constantemente sufre privaciones y el escarnio de la gente, además de estar incapacitado para luchar por los bienes que hacen agradable la vida?
-No os expreséis asÃ, hermano –repuso el misionero-, pues blasfemáis. Considerad que yo escogà la carrera de sacerdote por mi voluntad; y, por otra parte, habéis de saber que la Madre de Dios ha sido siempre mi bienehechora, como lo es de todos los hombres, y esto se refiere también a vos.
-¡Pamplinas! –respondió Don Gaspar-. Hasta ahora me he bastado sin nadie; y yo os garantizo que jamás necesitaré ayuda de ningún santo, que por lo demás no entiendo cómo pueda prestarme auxilio alguno. Entre los humanos, padre, únicamente cuentan la iniciativa y la astucia, aunque vos pretendáis que recibimos asistencia de arriba. Yo os aseguro que sólo el poder de un hombre es superior al de otro hombre.
Y en pláticas de este cariz iba transcurriendo el largo recorrido.
Pero una mañana el capitán de la embarcación advirtió a los pasajeros que se aprestaran a resguardarse porque en el horizonte se avizoraban señales de tormenta. Efectivamente, al atardecer los signos del temporal se afirmaron, y al entrar la noche se desató una furiosa tempestad. La marejada sacudÃa la base zarandeándola como un juguete, y altas olas barrÃan la cubierta y los compartimentos del bajel. Y, en vista de que a medida que las horas pasaban la tormenta arreciaba, el capitán dispuso evacuar el barco que, por los embates del huracán, estaba a punto de zozobrar. Mas no fue posible cumplir la orden transmitida, Una sucesión de olas gigantescas se abatió sobre el navÃo que, al quedar sin equilibrio, naufragó y fue despedazado por la potencia del terrible maremoto.
Mientras la tempestad continuaba azotando los restos del buque, los desdichados ocupantes del mismo, incapaces de ponerse a salvo, desaparecÃan tragados por el mar. Solamente el solitario fraile superó el desastre, pues, con Ãmprobos esfuerzos, habÃa logrado abordar unos maderos que, a modo de improvisada balsa, le sirvieron para no se arrastrado por la vorágine al fondo del océano. Fray Rodrigo, recobradas sus energÃas, oteaba alrededor suyo para ver de descubrir a algún sobreviviente y tratar de ayudarlo. Pero todo era en vano. El mar habÃa absorbido a los navegantes. Sin embargo, un golpe de las olas estrelló contra las tablas un cuerpo, y el misionero, con peligro de perecer en el maremágnum, lo aprisionó por un brazo. Y depositándolo sobre la balsa, que a cada minuto amenazaba irse a pique, reconoció, al destello de los relámpagos, al rescatado: ¡Era Don Gaspar González, aquel que pensaba que el mundo pertenece a los poderosos!.
La tempestad amainó; y mientras el sacerdote, rezaba sus oraciones fúnebres por el alma del comerciante, éste exhaló un gemido. ¡Aún vivÃa! Inmediatamente Fray Rodrigo extrajo de su zurrón pócima que dio a beber al semiahogado, y segundos más tarde Don Gaspar vomitó una tremenda cantidad de agua salada. Ya algo reanimado, el fraile administró unas gotas de vino gracias a las cuales recobró la lucidez. ¡Y su sorpresa no tuvo lÃmites al saberse ileso en el centro del Atlántico y al lado del franciscano!
En los dÃas que siguieron de náufragos, sometidos a la acción del inclemente sol y moviéndose lentamente a la deriva, se mantuvieron con la parca ración que el padre Rodrigo transportaba en su bolsa de peregrino. Hasta que las provisiones se agotaron. Y entonces el hombre fuerte, el que siempre se habÃa burlado de los débiles y los pusilánimes, se entregó a la desesperación. -¿Qué vamos a hacer, hermano Rodrigo? ¡Moriremos de hambre y de sed! ¡Yo no quiero morir!- gritaba. A lo que el religioso contestaba: -¡Tened fe en Dios y la Virgen, señor de Ledesma! No ganáis nado con quejaros. Si creéis en la potestad divina, rogad de todo corazón por vuestra salvación, y yo os juro que aun acariciaréis a vuestro nietos.
Para colmo, una segunda tempestad estalló sobre los desgraciados; y, debido a la irresistible vendaval que soplaba, la balsa se abrió por la mitad, con lo que en su superficie ya sólo habÃa espacio para uno de ellos. Don Gaspar, trémulo de espanto, se aferró al madero. Y, antes de perder el conocimiento, escuchó lejanamente la voy del fraile, que le decÃa: -No temáis, infeliz Don Gaspar. Ahora comprobaréis que nuestra Madre nunca abandona a sus hijos. Sólo os pido que elevéis vuestras plegarias a la SantÃsima Virgen, y confiad en que saldraÃs de esta calamidad.
No supo González cuánto tiempo estuvo inconsciente; pero, al despertar, se encontró en tierra, en una playa desierta a ala que habÃa sido arrojado por la resaca. Quiso incorporarse, pero a extenuación se lo impidió. Y, al repetir su intento, de su diestra resbaló un relicario en el que reconoció el que llevaba al cuello Fray Rodrigo. Una especie de luz cegadora iluminó el descernimiento del infortunado, y a su mente acudieron en tropel las escenas ocurridas en el viaje y los dantescos acontecimientos de la tormenta. Aquilató hasta la última raÃz de su espÃritu el desprendimiento del franciscano, que se sacrificó para que él el altivo González de Ledesma, se librara de los horrores de la muerte. Y cayó desmayado.
Personas bondadosas que hallaron exánime náufrago se encargaron de proporcionarle los cuidados necesarios para su restablecimiento. Y, ya suficientemente fortalecido, le suministraron los medios para trasladarse de Cuba, la tierra a donde providencialmente habÃa sido lanzado por la borrasca, a Campeche.
De más esta decir que Don Gaspar llegó al puerto transformado, y fue su cambio tan completo que sus amigos apenas le identificaron: la soberbia se habÃa trocado en mansedumbre, y la ostentación de antaño se mudó en humildad. Obedeciendo a un impulso sobrenatural, vendió su patrimonio y el producto lo distribuyó entre los pobres.
Y con una parte de lo obtenido mandó construir la capilla que, a ruego suyo, fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora, consagrándose en el altar la imagen del relicario de Fray Rodrigo.
Finalmente, Don Gaspar solicitó ser designado guardián del templo; y, satisfecha su petición, visitó el burdo hábito del ermitaño que, socorrido por la caridad pública, terminó sus dÃas en olor de santidad en calidad de siervo de Nuestra Señora del Buen Viaje.
Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977