Pues bien, a sugerencia de Kamui, decidí inciar una historia de capítulos. Muchas ideas se me vinieron a la cabeza pero acabé escribiendo esta. Perdónenme muchachos si no trata un tema apasionante para ustedes. Finalmente, es un ejercicio más susceptible de ser mejorado y como ejercicio quiero que lo vean también ustedes. Ojalá esta humilde historia encuentre lectores que deseen verla concluida. POTNIA
__________________________________________________________________________________________________
Los días de Jano
Capítulo 1
Nacer en tiempos difíciles puede ser una bendición; claro que, mientras te das cuenta de eso, sufres la vida como un condenado a muerte. Estoy seguro de eso. Yo soy un ejemplo de ese axioma. Cuando nací, todo estaba en contra mío. Fui concebida a destiempo y aunque los médicos aconsejaron un aborto, me aferré de tal manera al útero de mi madre, que ni el golpe que recibió directamente en el vientre al sexto mes de mi gestación, fue capaz de arrancarme de la oscuridad del claustro materno. Por supuesto, con ese inicio en la existencia, era difícil presagiar cuales serían mis alcances. Mi madre era una mujer mayor cuando yo vine al mundo, una mujer que había pasado los cuarenta primeros años de su vida tratando de complacer al mundo en vez de complacerse a si misma, una mujer con un rígido esquema que se le vino al piso el día que conoció a mi padre. Sufrió mucho antes de dar ese paso del cual no se arrepintió nunca aunque las cosas finalmente no salieron como ella esperaba, o mejor sería puntualizar, como ella deseaba. Mi padre era mucho más joven que ella y entró en su vida como una catástrofe. Se conocieron de un modo anodino, en el ascensor del edificio en donde ambos vivían. Ella llevaba toda su vida viviendo allí; él apenas se había cambiado huyendo, por enésima vez, de esos recuerdos que lo atormentaban y que difícilmente le dejaban conciliar el sueño. Ella vivía sola porque el paso inexorable del tiempo y los acontecimientos, la habían ido despojando poco a poco de sus más caros afectos: mis abuelos, mis tíos, sus amigas y algún que otro novio cuya relación no llegó a cuajar debido a su carácter estricto e inflexible. Ella sintió que la vejez se desplomaba sobre sus hombros cuando, a sus cuarenta, se encontró de repente sola en mitad de aquel enorme departamento de la colonia del Valle. Lloró y lloró por días enteros sin saber exactamente cuál era el origen de esas lágrimas. ¿Era la soledad que de repente se hacia presente en su vida?, ¿era la aterradora sensación de encontrarse sola consigo misma sin poder huir hacia ningún lado?, ¿qué era entonces?. Tras la primera crisis, resolvió no dejarse amilanar por las circunstancias; siempre había sido una mujer fuerte, ¡la más fuerte de todos sus hermanos! solía decir mi abuela, así que, no le quedaba de otra que hacer honor a su fama y seguir viviendo como lo había hecho hasta entonces.
Decidió hacer cambios; pero, su esquema rígido de vida le daba muy poco margen para introducir cosas nuevas. Su rutina era siempre la misma. Levantarse a la misma hora, hacer las mismas cosas, estar con la misma gente y llegar final del día con la sensación de que había sido igual al anterior y al que le había precedido al anterior. Sentía que su vida se le estaba yendo como agua entre los dedos sin que ella pudiera evitarlo. Y así, uno de esos monótonos y grises días de mi madre, apareció mi padre cargando su guitarra. Según mi madre, cuando lo vio por primera vez le pareció familiar. De inmediato lo relacionó con las muchachitas del departamento de abajo y se convenció que era el galán de una de ellas; sin embargo, no se detuvo en el tercero. Como mi madre bajaba en el cuarto, supuso que el joven de la guitarra subiría al quinto; pero, no, también bajo en el cuarto. Mi madre se sintió incómoda, perseguida por aquel extraño y apresurando el paso, sacó su llave y en un santiamén entró a su departamento. Mi padre debió de pensar que estaba medio loca por aquella actitud cuasi paranoica de mi madre; pero, no le prestó mayor atención y se dirigió, ensimismado, a la puerta de su propio departamento. Mi padre y mi madre compartían pues, sin notarlo, una pared; solo una pared. Por meses, a pesar de que eran vecinos y se encontraban dentro y fuera del edificio, no existían el uno para la otra y viceversa. Aun hoy, me resulta difícil entender que fue lo que sucedió para que finalmente yo pudiera venir a este mundo si había tan pocas posibilidades de que se pudieran tratar. Un “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches”, fue la única conversación que hubo en mucho tiempo entre ellos. No, el trato distante y cortés no auguraba, para nada, lo que finalmente se provocó.
Mi madre, entonces, era una mujer todavía atractiva a la que no le faltaban admiradores aunque ella no ponía mucho empeño en arreglarse. Le gustaba la belleza natural y era de esas mujeres que parecían empeñadas en ocultar más que en mostrar. Defendía sus canas con una actitud de dignidad que sorprendía a todo el mundo y, quien la conocía, estaba más que convencido que no pertenecía a este aquí y a este ahora. Era “la señorita del 401” y casi nadie la tuteaba en el edificio. Su rostro mostraba ya las inevitables líneas de expresión que terminan convirtiéndose en arrugas y, su cabello, lo llevaba siempre peinado con una simplicidad que le daba un aire elegante. Casi no se maquillaba, apenas un discreto toque de color en los labios y se vestía como la “vieja señorita” que aun no era en realidad. Siempre me gustó su sonrisa pero, en esa época sonreía muy poco y fruncía su entrecejo como si se estuviera concentrada tratando de resolver todos lo problema del mundo al mismo tiempo. No era alta y, aunque se encontraba ya embarneciendo a causa de la edad, aun no perdía la figura que había vuelto loco a más de uno en el pasado. Su cuello, sus manos..., para mí, fue una verdadera hada en mi infancia. Cariñosa, tolerante, flexible ...; el milagro que produjo mi padre en su vida. Pero, entonces, ella aun era la “señorita del 401”, la mujer que todos consideraban “quedada” y que, aunque hubiera quien la admirara por llevar la vida que llevaba y por demostrar el coraje que demostraba ante esa vida que muchos consideraban estéril, seguía siendo la pobre solterona del 401. La que vivía sola y viviría sola el resto de su vida.
Que fue lo que hizo que mi padre se fijara en ella saliendo de su ensimismamiento. Supongo que fue un comentario de una de las muchachitas del 302, una de esas chavas que mi madre asumía como novia de él. Debió de decirle algo así como: “¡Ni que fuera la solterona del 401!” a un comentario no muy ocurrente de mi padre sobre su forma de llevar su vida. Mi padre no dijo nada, pero se quedó pensando en mi madre. Se dio cuenta que no podía recordar su rostro, a pesar de encontrársela frecuentemente en el ascensor cuando regresaba de su anodino trabajo. Su reacción lo sorprendió pues, en vez de dejar el inasible recuerdo por la paz, se torturó casi toda la noche tratando de recordar aunque fuera un solo rasgo de aquel rostro. De hecho, solía calmar la ansiedad que le provocaba el insomnio tocando la guitarra y aquella noche, mientras pensaba en mi madre y en ese recuerdo que no conseguía ubicar en su mente, empezó a tocar algo de Bach y se atoró repitiendo una y otra vez el inicio del cual no pasaba. Aventó la guitarra sobre la cama harto del fracaso y confundido por su falta de memoria. De inmediato regresó a él la angustia del remordimiento y salió al balcón de la sala a fumarse un cigarro. En el balcón, mientras miraba a la negrura impenetrable de la noche, reincidió en la tentación de volver sobre el recuento de los daños. La relación con la que él consideraba la mujer de su vida, el embarazo, el matrimonio, el dejar atrás sus sueños de ser músico, el hastío, la traición, la disipación de su existencia, la huida de si mismo, el insomnio y los remordimientos que no lo dejaban en paz. ¿Realmente ese hijo que nació muerto, era suyo?, ¿por qué cambiaron tanto las cosas entre ella y él?, ¿por qué ella se atrevió a abandonarlo?, ¿acaso ella no lo había engañado antes?, ¿por qué entonces reaccionó así cuando lo encontró en la cama con otra?. Él ni siquiera había deseado ese encuentro; era la mejor amiga de ella y, de repente, entre confidencias y con los “alcoholes” encima... No supo en que momento acabó haciendo con otra lo que se juró a si mismo que no haría más que con ella. Fue la hecatombe y el fin de aquel precario matrimonio que se inició para proteger un embarazo. De repente, se encontró otra vez con las mejillas húmedas sin darse cuenta y decidió regresar adentro de la sala. Apagó el cigarro en la tierra de una maceta y escuchó la voz de mi madre que le preguntó:
__ Era Bach, ¿verdad?.
__ ¿Perdón?_ preguntó mi padre sintiéndose enrojecer hasta la punta de sus cabellos.
__ Me refiero a lo que usted estaba tocando en la guitarra.
__ Si, era Bach_ respondió mi padre con precipitación antes de añadir._ Y, si me disculpa. Es ya tarde y solo salí a fumar un cigarro.
__ Si, claro. Discúlpeme usted a mí, por favor.
Algo así imagino su primera conversación en esa noche de insomnio para ambos. Algo así me contó mi madre cuando yo le pregunté como se habían encontrado. En realidad, solo fue algo así; pero, fue que es lo importante. Mi madre se percató que mi padre salió al balcón sin otra cosa puesta más que unos “boxers” de estampado infantil. Al principio sintió una especie de enfado al verse agredida por la cuasi desnudez de su joven vecino. Ella iba con su bata y sus pantunflas, con su cabello desparramado sobre los hombros y con una taza de café entre las manos. No se hizo notar al verlo tan ensimismado en sus propios pensamientos. No tenía caso y, además, ¿qué pensaría un muchacho como aquel si una mujer como ella lo abordara de repente en mitad de la noche?. Mi madre tenía la idea de que los jóvenes propendían a ser groseros y mal educados, y de que era peligroso, para ella, hacerse notar en aquel espacio que, hasta entonces, había considerado privado. Por eso, al darse cuenta que mi padre estaba fumando un cigarro en el balcón, decidió no molestarlo y permanecer en silencio, cobijada entre las sombras de su rincón, mientras lo observaba. Fue entonces cuando mi madre pudo percatarse del físico de mi padre. Poco a poco, la agresión por verlo casi desnudo, se convirtió en una leve incomodidad que terminó desapareciendo. Utilizando términos comunes de hoy, mi padre no era un mal tipo. Rasgos armónicos en su rostro, físico cuidado aunque no espectacular. Tendía ser alto, bien formado y su aspecto le recordaba a mi madre a los retratos de los jóvenes italianos del Renacimiento. De repente, sintió algo que no sentía desde su adolescencia: un súbito calor que parecía emerger de su propio centro y que rápidamente llegó hasta sus mejillas. En ese instante, quiso regresar a la sala de su departamento pero algo le hizo que se quedará clavada en el balcón. Se dio cuenta, por la expresión del muchacho ensimismado, que estaba sufriendo. Después lo corroboró con las lágrimas que empezaron a surgir incontenibles. Fue entonces cuando, al verlo reaccionar mientras apagaba su cigarrillo, ella se atrevió a preguntarle lo primero que se le vino a la cabeza. Mi padre contestó cortante al sentirse confundido por aquella súbita aparición de mi madre y, en cuanto pudo, regresó a su cuarto.
...