Sospeché que por ahí iba la cosa, mi ilustrado Mostrenco. Creo que historias como la de Bukokwski hacen que me reconcilié con una vocación soterrada de narradora de historias. La verdad es que yo escribo, de manera continuada pero poco firme, desde que tengo 12 años de edad (para tu información, me sentí elevada al mismísimo Parnaso cuando leí que a esa misma edad empezó su carrera de dramaturgo don Félix Lope de Vega y Carpio, el bien llamado "Fénix de los Ingenios"). Recuerdo perfectamente ese mes de agosto de 1973 cuando, sentada en la soledad de una cocina de pueblo, inicié una historia de detectives británicos "emborronando", con verdadera fruición, hojas y hojas de cuaderno que finalmente quedaron el el olvido sin continuación ni fin. Entiéndame, mi escritora favorita de esos tiempo era una inglesa llamada Enid Blyton (Las aventuras de los cinco, Torres de Malory, Las gemelas en Santa Clara...) y adoraba sus intrigas protagonizadas por adolescentes británicos que me hacían palidecer de envidia. Eso me llevó a encontrarle un motivo a mis ganas de narrar historias, ¡mis historias!: vivir, a través del ellas, lo que la realidad sencillamente me negaba por mi corta edad. Fue curioso, los 12 y los 13 años marcan, para mí, el inicio de la fascinante aventura de escribir. En esa lejana (¡y dorada!) época, traté de inicar también mi "carrera" de lectora seria, consciente, como era, de que mis gustos pubertos debían de tener un punto de partida en autores consagrados. Así, por ejemplo, me llevaba al Salón de Belleza a Moliere bajo el brazo y, mientras esperaba que mi cabello se secara, yo disfrutaba ejercitando mi fértil imaginación mientras veía pasar, frente a los ojos de mi mente, al Burgués Gentilhombre o a las Preciosas Rídiculas. ¡Qué tiempos aquellos!, la verdad, en los que me inicié en este camino de la vida apoyada en autores de lo más heterogéneos (Mika Waltari, Cervantes, Shakespeare, Oscar Wilde, Bocaccio...). Y mientras, claro, seguía escribiendo historias que nunca concluía diciéndome a mi misma: "Algún día, algún día serás capaz de escribir una historia completa que guste y sea publicada". Pero, los años pasaron y ese día no llegó. Empecé a considerar que mis historias eran mis historias, escritas para mí y que solo yo les podía encontrar un sentido; sin embargo, subterráneo, barrenaba el gusanito de la necesidad de ser leída por alguien más. Esa necesidad que tenemos algunos de ser reconocidos por los otros, precisamente, a través de lo que más nos gusta hacer. Me angustiaba que el tiempo pasara y que yo no me decidiera a hacer nada por publicar. Traté de engañarme a mi misma con el argumento de: bueno, en realidad no es importante mientras sigas escribiendo para tí tus historias inconclusas. Así emborroné hojas y hojas a lo largo de todos estos años que después guardaba religiosamente para repasarlas en otro momento y decidirme a continuar esas historias de vida. Al mismo tiempo, seguí leyendo a autores disímiles que solo tenían en común el haber sidos unidos por mi inquietud de conocimiento, mi curiosidad frente a un tema específico o mi atrevimiento por descubrir terrenos literarios inexplorados por mí. Si, pueden darse cuenta de lo mucho que he leído y lo mucho también que he escrito a lo largo de estos treinta y dos años de mi vida como producto intelectual. Y ahora, una pequeña confesión en voz baja: en realidad si llegué a publicar algo en un suplemento dominical de un periódico de Guadalajara, allá por 1982. En esa época yo estaba estudiando Letras y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Guadalajara y llevaba una taller de creación literaria como materia y cada mes nuestro maestro escogía los mejores ejercicios de esa materia para publicarlos como cuentos en el suplemento dominical del Ocho Columnas. Los míos vieron la luz de la imprenta en diciembre de ese año y conservo aun un par de ejemplares que dan fe y constancia de ese hecho. Supongo que debía de haberme lanzado a "por la grande" desde hace mucho tiempo para así poderle dar consistencia a esta vocación mía; pero, si Bukowski pudo a los cincuenta, ¿por qué no he de poder yo para esos mismo años?. Sigo a la espera de una buena historia que desarrollar; aunque, ya han sido muchos años esperándola. Quizá deba de ser menos perfeccionista y más arriesgada; no todos escriben obras maestras en nuestros días. La literatura de hoy es mucho polvo y paja, ¿por qué no contribuir, con mi granito de arena, a ese "maremagnum" editorial de hoy que es capaz de vender cualquier cosa que demuestre ser vendible?. ¿Cómo se quita uno, a estas alturas de la vida, el agobiante peso de la autocensura que impide la realización de nuestros más caros y profundos anhelos?. ¡Dios mío!, ¿qué sucederá con mis historias?.
Potnia