Un cantero se lamentó:
—Ay, si tuviera tanto dinero como aquel rico.
El genio lo llenó de riquezas. Pero apretaba mucho el sol, era verano.
—Ay, si fuera sol, omnipotente.
El genio se lo concedió.
Una nube se interpuso entre el sol y la tierra y su resplandor quedo minimizado.
—Ay, si fuera nube.
El genio se lo concedió.
Pero el viento lo desplazaba sin poder impedirlo.
—Ay, si fuera viento.
Pero comprobó como la roca resistÃa a sus embates.
—Ay, si fuera roca.
El genio se lo concedió. Pero cuando vio cómo el cantero la destrozaba comentó:
—Ay, si fuera cantero...
La carreta vacÃa
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: "Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?". Agudicé mis oÃdos y algunos segundos después le respondÃ: "Estoy escuchando el ruido de una carreta". "Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacÃa". Pregunté a mi padre: "¿Cómo sabes que es una carreta vacÃa, si aún no la vemos?". Entonces mi padre respondió: "Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacÃa, por causa del ruido. Cuanto más vacÃa la carreta, mayor es el ruido que hace". Me convertà en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oÃr la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacÃa la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad hace poco ruidosas nuestras virtudes y permitir a los demás descubrirlas. Y nadie está mas vacÃo que aquel que está lleno de sà mismo.
Perdonar y agradecer
Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: "Hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro". Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que habÃa sido abofeteado comenzó a ahogarse, y le salvó su amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: "Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida". Intrigado, el amigo preguntó: "¿Por qué después que te pegué escribiste en la arena y ahora en cambio escribes en una piedra?". Sonriendo, el otro amigo respondió: "Cuando un amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo. Pero cuando nos ayuda, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento podrá borrarlo".
Por qué permites esas cosas
Por la calle vi a una niña hambrienta, sucia y tiritando de frÃo dentro de sus
harapos. Me encolericé y le dije a Dios: "¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para ayudar a esa pobre
niña?". Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, cuando menos lo esperaba, Dios respondió mis preguntas airadas: "Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti."
Saber mirar a nuestro alrededor
El drama de un desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caÃa iban viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habÃan llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en le instante de reventarse contra el pavimento habÃa cambiado por completo su concepción del mundo, y habÃa llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valÃa la pena ser vivida.
Sé feliz
Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y asà fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano. En un recodo del camino vio un letrero que decÃa: "Le quedan dos meses de vida". Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean." Y aquel buscador infatigable de la felicidad, al final de sus dÃas encontró que en su interior, en lo que podÃa compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacÃa de sà mismo por servir, estaba el tesoro que tanto habÃa deseado. Comprendió que para ser feliz se necesita amar, aceptar la vida como viene, disfrutar de lo pequeño y de lo grande, conocerse a sà mismo y aceptarse como se es, sentirse querido y valorado, querer y valorar a los demás, tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar. Entendió que la felicidad brota en el corazón, que está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior. Y recordó aquella sentencia que dice: "Cuánto gozamos con lo poco que tenemos, y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos equivocadamente."
Un dÃa el demonio habló de la Virgen
En la instrucción de la beatificación de San Francisco de Sales, declaró como testigo una de las religiosas que le conoció en el primer monasterio de la Visitación de Annecy. Refirió que en una ocasión llevaron ante el obispo de Ginebra (Monseñor Carlos Augusto de Sales, sobrino y sucesor de San Francisco en la sede episcopal) a un hombre joven que, desde hacÃa cinco años, estaba poseÃdo por el demonio, con el fin de practicarle un exorcismo. Los interrogatorios al poseso se hicieron junto a los restos mortales de San Francisco. Durante una de las sesiones, el demonio exclamó lleno de furia: «¿Por qué he de salir?». Estaba presente una religiosa de las Madres de la Visitación, que al oÃrle, asustada quizá por el furor demonÃaco de la exclamación, invocó a la Virgen: «¡Santa Madre de Dios, rogad por nosotros...». Al oÃr esas palabras –prosiguió la monja en su declaración– el demonio gritó más fuerte: «¡MarÃa, MarÃa! ¡Para mà no hay MarÃa! ¡No pronunciéis ese nombre, que me hace estremecer! ¡Si hubiera una MarÃa para mÃ, como la que hay para vosotros, yo no serÃa lo que soy! Pero para mà no hay MarÃa». Sobrecogidos por la escena, algunos de los que estaban presentes rompieron a llorar. El demonio continuó: «¡Si yo tuviese un instante de los muchos que vosotros perdéis…! ¡Un solo instante y una MarÃa, y yo no serÃa un demonio!».
LAS TRES REJAS
Un joven discÃpulo de un filósofo sabio llega a casa de éste y le dice:
-Escucha, maestro. Un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia...
-¡Espera! –lo interrumpe el filósofo- ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
-¿Las tres rejas?
-SÃ. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
-No. Lo oà comentar a unos vecinos.
-Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguién?
-No, en realidad, no. Al contrario...
-¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
-A decir verdad, no.
-Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.