águila y sol
febrero 2001


¿Hacen daño las caricaturas?

Sí. Promueven la violencia


Olga Bustos Romero


Cifras del INEGI señalan que la niñez en México invierte al año, en promedio, aproximadamente dos mil horas frente a la televisión, mientras que asiste a la escuela sólo 700 horas. Se estima que a la edad de 15 años habrán presenciado un promedio de siete mil 300 crímenes únicamente a través de este medio.

La violencia que cada vez está más presente en muchas de las programaciones televisivas no ocurre solamente en nuestro país, es un fenómeno en este mundo globalizado. Un estudio realizado por la Asociación Americana de Psicología revela que un niño o niña estadounidense medio ha visto al terminar la enseñanza primaria un total de ocho mil asesinatos y 100 mil escenas violentas. En otro estudio realizado por dos universidades en Argentina ­durante un periodo de cinco meses­ se encontraron cuatro mil 700 escenas violentas, es decir, una cada tres minutos.

Si bien hay que reconocer que la oferta cultural a través de la pantalla chica es diversa y que en muchas ocasiones es la forma de obtener información de manera rápida y fresca, también se debe destacar que numerosos estudios han demostrado que la exaltación de la violencia por medio de la tv es algo que potencia la agresividad de las personas.

Por otra parte, la exposición continua a este tipo de programaciones va generando la elevación del umbral de tolerancia frente a hechos sociales violentos de la vida cotidiana. Por ejemplo, se va perdiendo tanto la capacidad de asombro como de solidaridad para combatir situaciones como crímenes, abuso de cualquier tipo hacia la niñez, violencia hacia las mujeres, etcétera.

Además, la televisión, al representar gran parte de las situaciones violentas en cuerpo de hombres, influye y hace probable que niños, adolescentes y adultos hagan suyas esas formas violentas como o "inherentes" a los varones.

En contraposición, muchas de las veces la televisión coloca a las mujeres como las receptoras de diferentes formas de violencia, contribuyendo a que ocurra cierta "inmunidad" o tolerancia a esas manifestaciones.

En cuanto al consumo de televisión infantil en nuestro país, un estudio que realizamos entre 1998 y 1999 encontró que caricaturas como Dragon Ball Z, con alto contenido violento y sexismo, fue una de las más vistas, pero sobre todo por niños (por cada tres niños la veía sólo una niña).

El programa con una audiencia ligeramente más alta que la serie anterior, según nuestra muestra (niños y niñas de primarias y secundarias públicas y privadas de tres delegaciones del DF) fue Los Simpson, con alto contenido de violencia verbal, psicológica o simbólica. Este programa fue consumido más por niñas que por niños. Algo que llama mucho la atención en este estudio es que tanto niñas como niños reportaron ver telenovelas (97% niñas y 77% niños). Y que en los fines de semana el consumo de televisión casi se duplica.

¿Qué hacer? Esta es la pregunta obligada. La respuesta más fácil es que desaparezca la violencia de la televisión infantil. Sin embargo, aunque muchas personas o grupos lo desearíamos, el problema no es sencillo.

Sería importante revisar o establecer códigos de ética en los medios de comunicación, en este caso en la televisión, así como la observancia en su aplicación. Sin perder de vista esta opción, existe otra que resulta a todas luces inminente su aplicación y es la referente a la educación para los medios o la formación de audiencias críticas/activas hacia la televisión. Esto implica desarrollar en niños, a través de programas de cobertura nacional vía talleres, cursos, carteles, "cápsulas" (en radio y tv), las estrategias necesarias para "ponerse unos lentes" desde los cuales puedan discernir, seleccionar, cuestionar o desechar programas televisivos, partes de éstos o imágenes que transmitan violencia de todo tipo, asumiéndose como personas activas, pensantes y creativas. Aquí, otras dos instituciones sociales que pueden contribuir fuertemente al logro de esta meta son la escuela y la familia.


Olga Bustos Romero es profesora de la Facultad de Psicología de la UNAM.