El anime empieza a llamar la atención en los medios

Jury_Arisugawa writes, «Hola a todos:

En fechas recientes se ha visto que los medios de comunicación (especialmente los escritos) han dedicado espacios a abordar (muchas veces de manera equivocada) el tema del anime.

A continuación un artículo publicado en la revista «24 X Segundo Magazine», donde (caso raro) se hace una investigación decente sobre el cine animado japonés.«

OJOS BIEN ABIERTOS

El Exitoso Anime Japonés

No todos los dibujos animados son de Disney; no todos son para niños. Por ejemplo el anime: cine japonés de animación, es una de las artes más influyentes y exitosas que el país del sol naciente exporta al mundo entero.

Por Jorge Grajales

A partir de la segunda mitad de los ochenta -y hasta hoy- Japón ha sorprendido por la calidad de cine de animación, en el que la variedad de temas abordados es tal que no puede entenderse de acuerdo con el estereotipo occidental: no todas son productos para niños aderezados con canciones.

Japón ha desarrollado una vasta industria de animación que podemos dividir en tres grandes grupos: la cinematográfica, la realizada exclusivamente para el mercado del video y la televisiva. Como ésta es una revista de cine, nos enfocaremos en la primera.

Los primeros ejemplos de esta forma se remontan a 1917, con la obra de los autores Oten Shimokawa, Junichi Kouchi y Seitaro Kitayama, quienes inspirados por los pioneros europeos y americanos de la animación, realizaron las primeras tres cintas japonesas del género que están documentadas. Para 1932, Kenzo Masaoka realizaría la primera película animada sonora del Japón: Chikara to Onna no Yononaka.

Guerra y propaganda

La guerra de Japón contra China en 1937 impulsó muchos filmes de propaganda y entre ellos el primer largometraje animado: una colaboración entre los estudios Shochiku y la armada japonesa. Momotaro Umi no shinpei, de Mitsuyo Seo, no fue un éxito porque comenzó a filmarse a finales de 1944, menos de un año antes de la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, y se estrenó el 12 de abril de 1945, cuando las ciudades japonesas ya eran bombardeadas por los Estados Unidos.

Finalizada la guerra, la industria japonesa de la animación tuvo que adoptar el modelo occidental del sistema de estudios para sobrevivir. Y el estudio más destacado fue Toei, responsable del primer largometraje a colores del Japón: Hakuja Den, dirigido por Taiji Yabushita en 1958.

Modelo Disney

Basado en una antigua leyenda china, Hakuja Den fue el primero de una serie de filmes animados de Toei que siguieron la fórmula Disney muy de cerca: se producían con regularidad, se basaban en cuentos populares (orientales en vez de europeos) y los héroes se hacían acompañar de animalitos chistosos. Otro de estos filmes fue Saiyuki, de 1960, basado en un cómic muy popular de los años 50, de la autoría de Ozamu Tezuka.

Por invitación expresa de la Toei, Tezuka trabajó en la película animada, cuyo resultado final se alejaba mucho de la historieta original (manga) del autor. Insatisfecho, Tezuka formó su propia compañía: Mushi Productions, que llevó el concepto de la animación a las pantallas televisivas japonesas y era capaz de presentar con éxito una miríada de géneros, desde dramas de misterio, comedias absurdas o adaptaciones de clásicos literarios de occidente hasta telenovelas juveniles deportivas o aventuras de ciencia ficción.

En 1982, cuando la animación televisiva se volvía más popular en Japón que en cualquier otra parte del mundo gracias a la influencia de Tezuka, éste decidió abandonar la animación comercial. Para ese entonces ya había realizado dos animaciones para adultos: Senya Ichiya Monogatari (Las mil y una noches, que dejaba intacto el erotismo del original) en 1969 y Cleopatra en 1970.

Avasallada por la televisión, la animación cinematográfica japonesa renació gloriosamente durante la década de los ochenta, gracias a las cintas realizadas principalmente por los Estudios Ghibli, formados por la compañía editorial Tokuma Shoten para producir filmes animados de los creadores Hayao Miyazaki e Isao Takahata, quienes habían logrado un enorme éxito de crítica y taquilla con Kaze no Tani no Naushika (Nausicaä del Valle del Viento), la adaptación animada de un manga homónimo que Miyazaki estaba publicando para Tokuma.

Miyazaki, sobre todo, revolucionó la animación japonesa con la fuerza de Tezuka. Sus películas son reconocidas por la maestría de sus escenas bucólicas, dibujadas totalmente a mano, y porque sus tramas contienen una fuerte conciencia social. Además, han sido aclamados unánimemente por la crítica, tanto en su país como fuera de él. Baste mencionar el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín y el Oscar a mejor cinta animada ganados por El Viaje de Chihiro (2001).

Pero, curiosamente, los filmes de los Estudios Ghibli no fueron los primeros en llamar la atención de occidente, y en cambio lo hicieron dos cintas clave en la expansión y reconocimiento de la animación japonesa en el extranjero: Akira de Katsuhiro Otomo y Kokaku no Kidotai (Ghost in the Shell) de Mamoru Oshii, dos cintas impecables que reflejaban el nivel técnico alcanzado en Japón, e insistían en que las historias abordadas no debían ser infantiles.

Expandiendo las fórmulas

Desde entonces la industria cinematográfica de animación no cesa de sorprender con filmes que expanden sus fronteras. Están cintas de Satoshi Kon como Perfect Blue, un thriller de horror psicológico; Millenium Actress, una historia del cine japonés vista a través de los ojos de una actriz involucrada desde pequeña en el medio, y Tokio Godfathers, estrenada este pasado diciembre de manera simultánea en Japón y Estados Unidos. Y no se pueden olvidar filmes como la extrañísima Tamala 2010, obra del colectivo experimental autodenominado T.O.L.; Metrópolis, adaptación de uno de los primeros manga de Tezuka realizada con las técnicas de animación actuales, o Jin Roh de Hiroyuki Okiura, relato sobre intrigas políticas, terrorismo y segundas oportunidades en un Japón ocupado por Alemania a finales de la Segunda Guerra Mundial, reminiscente de El hombre en el castillo de Phillip K. Dick.

Lejos de ser un conjuntos de ejercicios ultraviolentos y/o pornográficos -como creen algunos despistados en Occidente-, el anime es uno de los bastiones de la cinematografía de un país que no sigue los patrones occidentales y, por el contrario, ha influido enormemente en ellos, como muestran los cortos del proyecto Animatrix de los hermanos Wachowski o Kill Bill de Quentin Tarantino. En realidad, el anime es de los pocos elementos de la cultura pop japonesa que ha sido viajado con éxito a Occidente, y puede verse como la vanguardia de la animación mundial. Seguirá siéndolo, por lo que se ve de los próximos filmes de autores consagrados como Katsuhiro Otomo, Mamoru Oshii y Hayao Miyazaki.

Fuente: 24 X Segundo Magazine. Año 1 Número 4

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